Tolerar no es respetar
Cuando alguien le resta importancia al padecimiento de un sector social al que no pertenece, está actuando desde el privilegio y no desde la empatía.
Seba Fonseca
10/3/20222 min read
Las actitudes y comportamientos sexistas, además de contar con el guiño de la parte mayoritaria de nuestra sociedad, también tienen funciones operativas a través de las cuales grupos dominantes buscan manipular a la población. Alentar y defender ideas machistas es una estrategia para mantener la hegemonía patriarcal. La hegemonía, en el sentido que supo darle Antonio Gramsci, es el predominio de un sector social al conseguir que sus propios intereses se adopten voluntariamente en una sociedad, naturalizándose. Esta naturalización es lo que valida su poder.
La buena noticia es que esta legitimidad se está resquebrajando.
Como ejemplo puede mencionarse la conquista de derechos por parte de sectores no dominantes que han cuestionado el formateo de la sociedad desde la experiencia dominante de lo masculino-heterosexual-blanco. La mala noticia es que a partir del avance de estas conquistas se producen estrategias discursivas que buscan proteger y reproducir los valores del grupo dominante.
Una de los medios más usuales para la difusión de ideas sexistas es el humor de descrédito, el “chiste” que apuntala estereotipos negativos.
Aclarar que “es un chiste” opera como el conjuro para desentenderse de afirmaciones claramente machistas.
El asunto es que usar y difundir este tipo de “bromas” tiene consecuencias sociales, porque habilita actitudes y comportamientos en la misma sintonía.
El sexismo inverso es la victimización que aparece en algunas conversaciones cuando se utiliza el término “feminazi”, la clásica pregunta “¿Para cuándo el día del hombre”, o la queja “ya no se les puede decir nada”. Es decir, se intenta presentar al sector oprimido como irracional e injusto, negando así la existencia de una desigualdad histórica que puede verse en cualquier estadística.
Esta negación ocurre porque, en general, las personas tendemos a creer que para entender la realidad social es suficiente con observar nuestro entorno inmediato.
En mi experiencia de trabajo, me ha tocado escuchar a personas que aseguran que el machismo es algo del pasado y que ya nadie se comporta así. También es frecuente que alguien señale que con que haya educación y tolerancia es suficiente, como si el machismo fuese algo propio de personas de bajo nivel educativo y no el discurso ideológico del patriarcado que, como tal, es estructuralmente transversal. Tolerar no es respetar, sino “soportar”. Se soporta lo que no se acepta. Para que exista respeto debe haber empatía, comprensión y escucha activa.
Cuando alguien le resta importancia al padecimiento de un sector social al que no pertenece, está actuando desde el privilegio y no desde la empatía.
El privilegio no sólo es invisible para quien lo tiene, sino que además desde ese espacio social la experiencia vital es diferente y por eso mismo limita la percepción de las dificultades ajenas.
El recurso del sexismo inverso y su consecuente negación de la desigualdad es un mecanismo de defensa del discurso ideológico del patriarcado.
Por supuesto que necesitamos más políticas públicas y medios de comunicación para desarticular este dispositivo de poder que es la masculinidad clásica, pero cada cual desde su cuadrado puede hacer resonar un contradiscurso que proponga una mirada antisexista del horizonte de acción. Es urgente aumentar el costo social de ser machista, el silencio avala.