La violencia es una relación social

La relación entre la construcción social de la masculinidad, en términos generales y clásicos, y la violencia en sus diversas formas es un problema relacional y estructural, y no individual y antojadizo.

Seba Fonseca

1/27/20235 min read

close-up photography of person lifting hands
close-up photography of person lifting hands

En Realismo capitalista, Mark Fisher se refiere, entre otros temas, a la privatización del estrés. Se adjudica este padecimiento a cuestiones interiores propias de la persona que lo sufre y no causado por las condiciones de vida social y económica que tienen sus raíces en la estructura social.

Este tipo de abordaje, que responsabiliza a las personas por sus padecimientos, puede verse por ejemplo en el tratamiento que suele darse a la depresión, a los problemas de salud mental en general y también, según lo entiendo y trataré de ilustrar en las líneas que siguen, al ejercicio de la violencia. El dispositivo comunicacional corporativo publicitario despliega campañas convincentes acerca de la insuficiencia de serotonina y en esa operación conceptual oculta lo que desde hace años muchas investigaciones de diversas disciplinas señalan a dos manos como causa de malestar: la despolitización (falta de participación en grupos de referencia), el individualismo (debilitamiento de lazos sociales), la desigualdad (la cada vez más injusta distribución del ingreso).

La violencia es un problema público, no privado.

Como bien sabés, hay conjuntos de creencias que se adhieren con tanta fuerza en el sentido común que terminan funcionando como ‘verdad revelada indiscutible’. Esta ‘verdad revelada indiscutible’ instala con fuerza de certeza la sensación de que nada puede hacerse para modificar esa inercia. Pareciera que cualquier intento por modificarla no solo sería un esfuerzo descomunal, sino además inútil, ya que en definitiva la mayoría de las personas piensan así y es muy duro ir en contra de la corriente.

A grandes rasgos, esto es lo que ocurre con la masculinidad clásica.

Si lo vemos así, como modelo cultural, entendemos el asunto desde otra clave de comprensión. Si en general a los varones se nos educa, se nos cría, para competir con otros varones (para demostrar aguante, fuerza, hacernos respetar, defender el honor, etc.) no es de extrañar que luego estos comportamientos tengan consecuencias. Por ejemplo, la violencia.

No es casual que los varones tripliquemos a las mujeres en muerte por causas externas (suicidio, homicidios, accidentes, abuso de sustancias). No es casual que los varones decidamos ir a una consulta médica cuando ya se ve el hueso. En Río Negro, 7 de cada 10 consultas (de tipo preventivo) en los servicios de salud son mujeres. Porque en lugar de hacer un chequeo con regularidad, los varones vamos cuando ya estamos mal, cuando ya estamos más cerca del arpa que de la guitarra, lamentablemente.

Es necesario aquí, distinguir entre ideas y creencias. Una creencia es un concepto adquirido a través de la educación recibida y que me permite construir sentido práctico, es decir que utilizo para funcionar en la vida cotidiana. Una idea es una noción acerca de algo, pero no termina de consolidarse como práctica en mis relaciones interpersonales. Puedo estar de acuerdo con una idea X, pero en mi vida cotidiana voy a actuar desde mis creencias profundas. Ni hablar si estoy en grupo.

En este sentido, la violencia es una relación social. Aprendemos, sobre todo los varones, a convivir entre códigos que nos remiten a la idea de mantenerse en guardia, a creer que la mejor defensa es un ataque y muchas metáforas asociadas al enfrentamiento.

La violencia es una relación social.

Se sufre y se ejerce violencia a partir de creencias asociadas a ciertos mandatos, lo cual crea y recrea un espacio determinado en la estructura institucional. La violencia estructural se ha ido configurando a lo largo de nuestra historia social a partir de nuestra forma de agruparnos y organizarnos.

Las instituciones son la materialización de nuestra trama de relaciones interpersonales. A su vez, las instituciones funcionan como circuito de transmisión de violencias que son la resonancia lógica de diversos mandatos.

En nuestra sociedad patriarcal, los mandatos predominantes están vinculados a una ideología machista y tienen gran influencia en el funcionamiento institucional. Es decir, las violencias (que ejercen las instituciones sobre las personas) parten de una matriz que guarda complicidad corporativa e inclina la balanza hacia la configuración varón blanco, heterosexual, cisgénero, urbano, propietario, instruido, sin discapacidad.

La relación entre la construcción social de la masculinidad, en términos generales y clásicos, y la violencia en sus diversas formas es un problema relacional y estructural, y no individual y antojadizo.

Muchos varones reconocemos que se trata de un conjunto de formas de ser, pensar y sentir con las que no estamos de acuerdo, pero aún así transcurrimos nuestra vida cotidiana habitando cómodamente esas estructuras de sentido, esas creencias funcionales.

Para tranquilizar a la conciencia, adjudicamos los comportamientos violentos a razones individuales y el dispositivo comunicacional corporativo publicitario nos da la razón. Y en la misma línea de sentido se despliegan acciones y campañas focalizadas para ‘atender el problema’ que fortalecen la lógica del ‘remiendo’. Es que se ve como problema el desborde y no la existencia misma de un modelo cultural que reproducimos socialmente.

Siempre es más fácil poner un parche que repensar la estructura de la organización social. Es más fácil hablar de nuevas masculinidades en clave de técnicas de autoayuda que de relaciones de poder desde una perspectiva de género. Está bien que se ponga la discusión sobre la mesa, en ese sentido bienvenida la charla sobre nuevas masculinidades y cómo ser mejores, más amables, etc, pero es necesario un mayor involucramiento, porque el problema es estructural, es muy serio. De lo que se trata no es de tranquilizar conciencias, sino de incomodarlas.

En América Latina el maltrato es una problemática histórica y naturalizada. Me refiero al maltrato que varones (blancos, heterosexuales, cisgénero, urbanos, propietarios, instruidos, sin discapacidad) se permiten desplegar sobre el resto de la población.

Este comportamiento tiene raíces profundas que podemos notar en el trato que los varones europeos dispensaban a las poblaciones originarias de las tierras que iban ocupando, tal como nos recuerda Luigi Zoja en Los centauros. Mataban a los varones nativos o los obligaban a estar a su servicio, ubicándolos así en la posición más baja de la escala de jerarquías propia del esquema social europeo. A los ojos de los varones europeos, los nativos carecían de valor ya que estaban ahí, al alcance de la mano. Se repartían de manera gratuita en ferias como se hace con plantines que sobraron o cachorros inesperados. Valían menos que los esclavos africanos, ya que éstos eran importados y su obtención requería un gasto. Las mujeres, por su parte, eran destinadas al servicio doméstico y al coito. No era necesario que aprendieran el idioma, bastaba con señas y mímica.

La relación entablada con las poblaciones locales fue de aniquilación y de sometimiento laboral y/o sexual. Relación predominante que aún sobrevive en gran parte del imaginario colectivo, en sintonía con muchos de los mandatos y creencias acerca de qué significa ser varón en nuestra sociedad.

Desde esta perspectiva, que enlaza violencia y masculinidad con prácticas coloniales, podemos entender un poco más de qué hablamos cuando nos referimos a una problemática estructural histórica que responde a un modelo cultural que reproducimos socialmente. Nos habitan creencias que tienen más de cinco siglos.

No todos los varones somos asesinos, pero la gran mayoría de los asesinatos son perpetrados por varones.

Si solamente nos ocupamos de las víctimas no solucionamos el problema, sino que apenas vamos poniendo parches.

Debemos generar más espacios de participación verdadera, con apoyo de organismos públicos y medios de comunicación. Crear más campañas de concientización, no basta con ir y dar una charla en la que alguien habla una hora y muestra estadísticas, tiene que calar más hondo en la práctica, en el sistema de creencias profundas.