Del estereotipo al genocidio
En el trajín de nuestras vidas cotidianas solemos pasar por alto los detalles. Los relojes acelerados de nuestras rutinas urbanas marcan el ritmo de nuestras mentes que, apresuradas, disponen de poco (o nada) de tiempo para detenerse a pensar en las consecuencias de nuestras opiniones.
Seba Fonseca
5/26/20233 min read
Toda opinión, como se sabe, es un acto, un conjunto de palabras pleno de significado que irrumpe en la experiencia vital de otras personas y las interpela. Tal como escribió Boaventura de Sousa Santos en Epistemologías del Sur, la realidad responde en el mismo lenguaje en el que es interrogada. Las expectativas con las que me asomo al mundo configuran mi percepción de ese mundo. Si pienso mal de alguien, sólo veré lo malo o veré como malo cualquiera de sus actos.
En un encuentro de capacitación, al referirme a los procesos de construcción de la otredad, un participante desestimó el hecho de que los prejuicios pudieran conducir a la violencia física o incluso al asesinato. Digamos que le pareció una exageración. Luego cambió de opinión al ver la pirámide (también llamada ‘escalera’) del odio, un gráfico muy conocido que tiene en su base a los estereotipos y prejuicios y en su cúspide al genocidio. En efecto, quienes han analizado y analizan a la violencia como un fenómeno estructural en general coinciden en señalar que la clave de comprensión estaría en la interacción entre pensamientos, gestión emocional y, con esto, la manera de vincularnos con las demás personas.
En tal sentido, si me han enseñado que las personas de piel más oscura no son de confiar, o que incluso son malvadas, es posible que desarrolle cierta aversión hacia las personas de piel oscura. Esta creencia, tan íntima, se traducirá en la forma (probablemente hostil) en la que me relacione con personas de piel oscura. Esta creencia se fortalecerá si al expresarse encuentra eco en otras personas o tiene algunos ‘me gusta’ en redes sociales. Este proceso de deshumanización, al que se ha sometido a distintos grupos sociales a lo largo de la historia de la humanidad, irrumpe en la vida cotidiana en forma de un discurso de odio que busca provocar algún tipo de reacción contra una minoría estigmatizada. Las reacciones consolidan la discriminación y adoptan diversos formatos, desde la prohibición de entrar a determinados lugares, hasta la negación de un empleo, pasando por el no acceso a servicios de salud, educación, etc. Esta naturalización del trato social diferenciado, que ya es violencia estructural, va configurando la posibilidad de la violencia contra las propiedades y los símbolos, y también la violencia física directa sobre las personas que sean señaladas como pertenecientes al grupo social estigmatizado.
Si a este estado de efervescencia le sumamos propuestas de administración pública que esgriman el argumento de que todos los males de la sociedad se deben a la existencia del grupo social estigmatizado, estaríamos a un paso de concretar un genocidio si esa propuesta política accede al panel de control del Estado.
Este asunto es digno de atención ya que, tal como ocurre hoy a nivel mundial, los discursos de la derecha se han radicalizado y se presentan como grandes novedades, en tanto las propuestas de izquierda aparecen como una suerte de largos tratados moralizantes que luego se revelan tímidos en su accionar. La construcción del mensaje de la derecha camina sobre la provocación del escándalo. Cuanto más escandalosa suene una afirmación, tanto más habrán de repetirla y multiplicarla hasta que forme parte del repertorio discursivo de la vida cotidiana. Así captan la atención de una parte significativa de la población ávida de soluciones rápidas. El fast food de la política lanza promesas de cambio de un plumazo: volar el banco central, privatizar la educación, cerrar el ministerio de las mujeres, condenar a la intemperie a miles de personas que dependen de la asistencia estatal. A los gritos, en primer plano y en horario central, proclaman desde los medios masivos de comunicación que esto debe hacerse ya mismo y de una vez por todas. Con prisa y sin pausa, van incorporando las peores banderas de la humanidad a la ventana de lo socialmente admitido. Se confunde así lo disruptivo a nivel ético con lo transgresor a nivel político, y se habilita el despliegue del maltrato a partir de una concepción individualista, egoísta, de la vida social. Los peligros nos acechan más acá de virus circulantes y posibles guerras mundiales, son los peligros de no atender lo que nos pasa a nivel de nuestras relaciones interpersonales. Relaciones interpersonales en las que despreciamos a otras personas a partir de ideas a las que no sometemos a revisión acerca del horizonte de acción al que conducen.